viernes, 28 de agosto de 2015

Derrota N° 26



No recuerdo otra vez en que el amor me haya dolido tanto. Es como si a partir de aquel momento, de ese primer rechazo, mi cuerpo se convirtió en un recipiente vacío. Se detuvo en pausa y sólo está a la espera de que el tiempo pase, para que pueda darle play de nuevo. Y que parezca que no existió tal interrupción.

Aunque me resulte inimaginable, hoy, aquí y con 26 años estoy sufriendo mi primer desamor. He vivido tanto, he sufrido tanto, pero jamás me había sentido tan vacía, tan de nadie. Nunca antes me había desconocido de tal forma que salir de la cama solo sea el primer paso para buscar desesperadamente el momento de regresar y refugiarme allí abajo. 

Esto ya no se trata de él, ni de cómo sucedió, ni del porqué, se trata de mí, de eso que desde adentro me pide que lo deje ir, pero mi cabeza no quiere, lucha por seguir aferrada a él. Como si cada una de las cosas inmóviles y sin vida se conectaran de una manera espantosa con esa frase, con esa mirada, con esa caricia, y cobraran de manera inesperada, con un color, un olor, un sabor, la textura de lo vivo. 

A estas alturas pienso que casi el total, por no decir todo en absoluto, de los recuerdos los inventé con mi cabeza. Ninguna de las cosas que de verdad aloja mi memoria son reales. Hasta el mínimo detalle es producto de la fantasía, del amor. Es pura imaginación, de lo que fue y de lo que sería. 

Me siento tan frágil y vulnerable que cualquier desconocido que me pregunte cómo estoy sería víctima de una catarata de palabras que intentan disimular lo totalmente devastada que me encuentro. Sin esperanzas, es el lugar mismo de una batalla perdida, derrotada y culpable del desastre, así me siento.