viernes, 7 de diciembre de 2018

Papá estaba felíz

Papá estaba feliz, tan feliz que no dudó en pagar los 100 pesos que pagó por una entrada más para mí en la presentación de fin de año de la Academia de Danzas Hispano-árabes de la que participaba mi primita de apenas 7 años. Estaba feliz por verme ahí presente, con lo que él insiste en llamar familia.

Yo no tengo ganas de estar aquí, es claro. En general ese tipo de eventos me aburren, es más de lo mismo. Me genera algo de contradicción entre lo que considero que debe ser una niñez feliz y en lo que veo que al parecer es una niñez feliz. Quizás es solo envidia de ver que a mi primita sus padres se encargaron de explotar su talento para el baile y en mi caso mis papás jamás habían tenido ni tiempo, ni interés de hacer lo mismo conmigo. Pero tampoco tenía mejor que hacer. Hace un tiempo que la mayoría de las cosas las hago con esa excusa, la de no tener nada mejor que hacer. Me la pasó desbloqueando la pantalla del celular para ver si no me llega un mensaje que diga: “che tengo el plan de tu vida, venite ya a esta dirección”. O que alguno de los muchachos de los tantos con los que he dormido me escriba diciendo que estuvo pensando en mí y que quiere invitarme a hacer algo, algo diferente antes de coger. Pero no, eso no pasaba y de a poco empezaba  a perder las esperanzas de que eso alguna vez sucediera de verdad.

Entramos al salón, saludé de lejos al resto de la familia que ya estaba ubicada y busqué una ubicación para papá, mamá y para mí. Me sentí tranquila de no estar cerca de mis tíos y del resto de primos, porque al menos si algo no me gustaba o si me aburría demasiado pronto no tengo que fingir mi cara y hacer como si la estuviera pasando genial.

Me senté, los asientos eran bastante cómodos y el númerito parecía estar muy bien organizado y a punto de arrancar, metí mi mano en la mochila y me acordé que aún tengo que conseguir a algún acompañante para el Festival de rock careta que tengo más tarde. Me había ganado unas entradas en esas publicaciones en Facebook de algún programa de radio medio pelo que a veces escucho y que siempre sortean entradas. Me gané dos ya que obviamente nadie espera que alguien sea tan amargado para salir solo un sábado a la noche. No sé bien por qué, pero siempre participo de esos sorteos en Facebook, me gusta la idea de ponerle intensidad y sorpresa al día pensando que el azar me hará ganadora de una experiencia nueva o diferente. Nunca participo en los sorteos que son para ganarse cosas (tazas, ropa, alimento para perros), siempre megustéo y comparto  publicaciones cuando se tratan de sorteos de entradas para algún festival, recital, cine, teatro o cualquier evento que implique disfrutar de alguna experiencia nueva o hacer algo diferente al plan de siempre. El tema es que nunca te regalan una entrada, siempre son pack de dos, algo que para cualquier persona significaría una propuesta ideal, pero para mi ocasionó un estrés.

Se trataba de empezar a buscar entre mi reducida lista de amigos alguien a quien invitar. Primero fue el dilema de pensar con quién quiero compartir ese momento, si es con algún pibe que me ando garchando, eso implica que después del evento tendría que garchar, entonces debo elegir con cuál de todos tengo reales ganas de coger, fijarme cuantas ganas de coger tengo, fijarme si me depilé, si me bañé, etc. Si es un amigo o amiga tiene que ser alguien que mínimo se cope y me invite una birra a cambio o una comida o por lo menos sea tan piola como para estar dispuesta a ir al evento con actitud de levante y quién te dice pescamos algo lindo y nuevo y sellamos la noche ideal. Después, fue el drama de cómo escribir el mensaje de invitación a los posibles candidatos, tengo que ver la forma de no quedar como una desesperada por no tener con quien ir pero a la vez convencerlos de que es una gran propuesta de sábado conmigo. Al último se me ocurrió una idea que haría más divertida la elección de mi acompañante: Escribiría el mismo mensaje a todos, amigos y garches, y quien responda primero, producto de un nuevo azar, sería mi acompañante para el festival de rock careta para el que tenía dos ticket. Eso hice.

Guardé mi teléfono en la mochila, no sin antes sacarle el sonido y ponerlo en modo ahorro de batería, así evitar dos cosas que me ponen de mal humor, escuchar en medio de un show el sonido de un teléfono y quedarme sin batería y desconectada de todo lo que verdaderamente me interesa. 

De repente irrumpe la música estridente y unas chicas de entre 15 y 20 años con trajes bastante ordinarios y mucha purpurina aparecen en escena meneando sus caderas, mueven al compás sus manos y sonríen sin parar, bailan flamenco. Algo que a la gente de más de 50 le genera pura emoción, pero a mí no me generaba la más mínima emoción. De las tres chicas que están sobre el escenario hay una que se destaca, no solo por tener un cuerpo realmente muy sexy sino porque sus movimientos son perfectamente ondulantes y al ritmo de la canción. Al instante mi papá saca su teléfono prende el flash y empieza a grabar. Una escena a la que ya estoy  muy acostumbrada pero a mamá, a pesar de tener casi 30 años de casada, aún le incomoda. En ese momento pensé: “¿Será que le excita esta situación a papá? ¿El baile de una jovencita? ¿O sólo quiere un registro de esta obra de arte? Papá es para muchos un tipo culto, formado e instruido. Pero yo que lo conozco en profundidad sé que en realidad su formación y apreciación del arte solo llega hasta donde llega su bolsillo. No comprende la necesidad de tener una salida al teatro o al cine o a un show, prefiere guardar ese dinero y gastarlo en cualquier bailanta, pagando putas y vino barato. O elije comprarse camisas llamativas y muy caras porque eso lo hace sentirse joven, atractivo y aún en carrera, aunque en realidad esté muy enfermo, ya no se le pare y tenga más  de 60 años. Es más probable que cuando graba con su teléfono a la bailarina de flamenco, sobre el escenario, sea más comparable con lo que hace habitualmente en algún cabaret, a los que seguro frecuenta, que a lo que haría si visitara el Teatro Colon. Las pocas veces que visitó teatro o cines, lo hizo conmigo y motivado por el solo hecho de poder compartir algo de tiempo juntos, tiempo con su hija a quién ama, admira y envidia profundamente. Solo en ese caso paga 100, 200 o 300 pesos por una entrada, como lo hizo recién en la puerta de este teatro.

Volví a meter la mano en la mochila y no tenía absolutamente ninguna notificación, no tenía idea como alguien podía no volverse loco al recibir un mensaje siendo invitado gratuitamente a un evento un sábado a la noche. Levanto la mirada al escenario y aparece mi primita, con mucha gracia interpreta una canción española con mezcla de árabe muy popular, el público extasiado aplaude y yo aprovecho para disimular que estaba pendiente del teléfono y no del show y hago como si tomara una fotografía y la mando al grupo que tenemos con la familia. La verdad que la niña tiene talento, sonríe al público y sabe muy bien los movimientos que debe hacer para tener 7 años. Escucho que me hablan desde un costado, es papá, que desde que terminó el profesorado de historia adora tirar datos históricos en cualquier oportunidad que se le presenta. “Sabes por qué ese flamenco suena como árabe también?”. Lo miro con cara de no, ni idea. “Los españoles fueron invadidos durante años por los moros”, me contesta. En realidad no me importa, el dato es interesante y seguro alguna vez lo uso, pero desde que me enteré que la vida de papá es una bola de mentiras, dejó de interesarme y sorprenderme lo que me cuenta. Tiempo atrás, cual niña hubiera grabado ese dato y mi corazón se hubiera ensanchado de saber que mi papá, con su tan mediocre formación, sabía eso que seguro nadie, en ese auditorio lleno, sabía. Antes lo hacía un hombre especial para mí, pero hacía años que ya no. Era solo papá y lo quería mucho pero ya no lo admiraba, se había convertido en un hombre simple, que solo pensaba en dinero, en mujeres y vicios, un hombre común de esos a los que le escapo en la vida real.

Vibra el teléfono, era Iván, un pibe bien de esos a los que aun no entiendo cómo logré llevarme a la cama, diciéndome que le encantaba la propuesta pero que justo rendía la última parte de su posgrado la semana entrante así que este finde sólo iba a pensar en estudio. Nada de coger. Ivan era de esos chicos que pensaba que coger con una mujer ocasional era similar a tomarse una línea de merca, le generaba intriga pero sabía que no era lo correcto. De vez en cuando lo hacía y lo disfrutaba pero en el fondo sólo quería encontrar a una mujer con quien casarse y formar una familia. Y nada más. Y yo era eso que a él lo descolocaba, esa línea de merca, por momentos lo enamoraba pero cuando adormecido, a la mañana siguiente, empezaba a recorrerme la cintura con su mano se despertaba del susto por estar haciendo lo incorrecto y con el miedo de volver a sentir sobrio el impulso de coger sin compromisos.  Siempre se despertaba hablando de que no recordaba cómo había llegado a mi casa y qué no sabía bien que fue lo que hizo después. Pero yo sabía que mentía, sabía que si se recordaba pero que decir que había perdido la cabeza lo hacía sentir menos culpable de haberse traicionado a si mismo y a sus principios. A mi ese juego me divertía bastante y pensé que sería bueno jugarlo esta noche de nuevo, pero no.

La música se detuvo y salió a escena una señora mayor, era la profesora de danzas. Vestía un traje similar al del grupo de adolescentes pero no le quedaba tan bien, un par de embarazos sobre el vientre y alguna que otra pastilla para ocultar amarguras habían hecho estragos en su cuerpo y su rostro. Tomó el micrófono y comenzó a presentar a la nueva egresada de la carrera superior de danzas, invitó a sus padres al escenario, su papá sostenía feliz un ramo de flores para su nena y estampada en el rostro tenía una sonrisa junto al llanto de alegría. Una nena de unos 17 años estaba parada en el centro, vestida un traje para bailar flamenco, recibía su diploma de profesora superior de danzas. Entonces entendí, todo este circo había sido armado para que la nena recibiera su diploma, no era una exhibición de fin de año (faltaban como 3 meses) y toda mi familia y yo éramos el público necesario para que ella se luciera y el circo fuera perfecto. Su papá tomó el micrófono y le leyó unas palabras que había preparado, medio trabado por la emoción, en la garganta le apretaba agazapado un grito de felicidad de ver a su nena recibiendo su condecoración. Papá, mi papá, no dejaba de grabar, ahora sentía que en verdad tenía razones para registrar ese momento, ya no sería simplemente un pajero. La nena miraba todo el circo sin demasiada expresión, pensé que quizás ser bailarina desde tan niña había logrado endurecer y disciplinar sus emociones y ya no le parecía la gran cosa estar en donde se encontraba. O qué quizás así debía verse una bailarina profesional, firme, segura y  transmitir solo con su danza. Me parecía increíble que a alguien de 17 años le gustara bailar flamenco y no reggaetón. Aquella nena de pelo lacio hasta la cintura y de vientre plano y juvenil estaba obteniendo un título de profesora de danzas. Me daba tristeza que quizás ya no haya para ella más opciones que dedicarse a bailar sobre un escenario y que si quisiera  ser veterinaria o abogada o psicóloga ya nunca lo sabrá, excepto cuando tuviera 80 años y una de sus nietas le hiciera la incómoda pregunta que la llevara a pensar en el rumbo que tomó su vida. Pero alguien que obtiene un título de bailarina superior debe amar bailar, sin amarlo debe ser imposible llegar a tanto siendo tan joven.

Salté de un susto en mi butaca cuando escuché el silbido de mi teléfono, la puta madre que me parío, subí el volumen para escuchar el audio de Iván hace un rato y olvidé ponerlo en mudo cuando lo guardé. Era Clara, mi amiga de la infancia, ahora tiene 3 hijos con un gil al que ella llama marido. Clara sale, de noche, muy pocas veces al año pero cuando salimos tomamos tanta cerveza y fumamos tanto porro que verdaderamente la pasamos muy bien. Ella aprovecha para hacerse la mina sin obligaciones, ni compromisos y yo aprovecho que también es bastante putita para salir de levante con ella. Casi siempre funciona, Clara se besa a cualquier chaboncito y tiene unos minutos de calentura y libertad y yo me traigo algún pelotudo a casa con quien pasar la noche. Pero esta vez me decía que no, que no podría porque al más chico se le infectó el pito con algo y que anduvo todo el día en el hospital de niños y luego en una farmacia, así que pasaría toda la noche con él. No insistí y le mandé buena onda para que su nene mejore, me pareció que era honesta en su respuesta aunque la mayoría de veces no sale conmigo porque el gil de su marido cree que soy una liberal que le encanta chupar pijas. Cosa que es cierta pero nada tiene que ver con las ganas que Clara tiene de chupar otra pija que no sea la del gil de su marido. Este sábado no podría hacerlo. Y al parecer yo tampoco.

Danza, tras danza, tras danza y a mí todo este boliche  ya empezaba aburrirme, jugué todas las fichas y no conseguí ningún acompañante para más tarde, me empiezo a incomodar en la butaca y en un corte decido que es momento para hacer una visita al baño. No tengo demasiadas ganas, pero me parece mejor idea que ver al grupo de veteranas bailar flamenco sobre el escenario. Me levanto y le aviso a mamá que me voy al baño, rogando que no quiera venir conmigo. Mamá es de ese tipo de mujeres que nunca hicieron cosas solas y que son capaces de aguantarse horas las ganas de mear hasta que a alguien más se le ocurre ir al baño. Por suerte prefería quedarse a controlar que mi papá no hiciera tantas ridiculeces, como aplaudir o gritar de más o discutir con otro integrante del público, algo que a papá le encanta hacer. Bajé las escaleras y me fui en dirección al baño. Entré me miré al espejo y pensé: qué patética que serás que no conseguís alguien que te acompañe al recital, alguien que te invite una birra, alguien que te coja, alguien. “Listo, voy sola, que se curta. Voy sola”. Me lavé la cara me acomodé el pelo y volví a entrar al auditorio.

De repente el show se puso bueno, ahora un flaquito como de 18, zapatea flamenco en el escenario. Al menos es algo que no me esperaba ver, tiene un look muy llamativo: camisa tornasolada, traje negro con interior rojo y una botas con unos tacos enormes.  Increíble atuendo, pura energía y destreza para zapatear. Estaba verdaderamente sorprendida de lo que veía. Por fin que me concentro, mamá me agarra el hombro y me dice al oído: “pobrecito, me da lástima, debe ser gay”, yo suelto con bronca una risa irónica. Pobre mi vieja que cree que ser gay, en caso de que este pibe efectivamente lo fuera, es algo que merece la lastima de personas como ella. Ella, que se casó con el único hombre que la penetró en su vida, que resignó sus sueños para planchar sus camisas y tenernos la comida lista para ir a la escuela. Qué cada vez que mi papá sale un viernes por la noche se resigna de saber que va encontrarse con cualquier mujer que encuentra por ahí. A mí eso me da más lástima que el pibe de las botas con tacos que baila a toda magia sobre el escenario. Pero cómo explicarle todo eso, sin humillarla y para que lo entienda. Lo intenté de adolescente pero ahora solo prefiero deslizar una risa y nada más. Por suerte este era el show final, seguí minuto a minuto el programa de bajo presupuesto que me entregaron a la entrada y sé perfectamente que es el final, así que aplaudo con todas mis ganas. Nos levantamos de nuestros asientos y corro para agarrar a mi primita y agarro a todos para la foto en familia con ella disfrazada de bailarina. Ella está chocha, se la ve tan segura a pesar de tener 7 años que me acerco a mi tío y se lo digo, con aire comadrón. “Por fin un talento enserio en la familia ¡eh!”, él orgulloso y más ancho que una puerta me dice, “viste, es de diez mi chinita”. Sin romper el momento encaro para mamá, la miro y le digo que ya me quiero ir, si ella y papá pueden llevarme para el predio donde es el festival, me mira, medio molesta, ella siempre prefiere que me quede encerrada en casa y que no saliera de noche: “¿vas a ir sola?”. Le respondo que no, que ahí me estaban esperando unos amigos, que se quedara tranquila que todo iba a estar bien. Pero era mentira, si iba ir sola. Y no sabía si de verdad todo estaría bien. Pero suponía que sí.

Ya en el auto, recibo los últimos mensajes, todos decían: “no tengo un mango, no puedo hoy, gracias pero no”, mientras intento sostener una charla distendida con mi viejo. Siempre hablamos de temas profundos, política, futbol o un chimento pero analizado con seriedad, mamá solo aporta mínimas opiniones, pero lo mejor es cuando empezamos a hablar mal del resto de la familia, es su tema favorito, todos quieren sacar el mejor argumento que haga verlos mejor frente al otro que es un pobre tipo. Mi única intención es que papá no procese mentalmente lo lejos que es el lugar al que me está llevando, porque automáticamente pensaría que pierde su tiempo, gasta nafta y que al final de cuentas solo es para darme un gusto a mí, que al fin y al cabo yo tampoco le di tantas alegrías y que tampoco me lo merezco tanto. Sé todo el tiempo que piensa en eso, por eso lo distraigo con charla y más charla, siempre tuve una habilidad natural para llevar a las personas a conversaciones que me interesen y papá ya es casi un discípulo de todo ese arte.

Llegamos, le doy un beso a cada uno y me bajo del auto, papá me dice que si quiero puedo volver a dormir en su casa, que mamá me prepararía la cama, yo le grito de lejos, que bueno que seguramente sí, pero en realidad lo más probable es que me fuera a dormir con cualquiera que se me cruzara, aún no lo sé. En la puerta antes de entrar se me ocurre la idea de vender la entrada que tengo de más, pienso que si la vendo me gasto toda esa plata en escabio y antes de que termine de cruzar la calle una nena bien lookeada con jeanes y remera para ir a un recital me dice: ¿sabes de alguien que venda entradas?

Adentro, voy directo a la barra, suena una de las bandas de fondo, compró una birra, son en latas. Me encanta la cerveza en lata, tiene un sabor indiscutiblemente especial, que hasta muy caliente parece más rica. Abro la garganta y dejo pasar un rato largo un buen trago, de repente todo me gusta, este es mi lugar. Aunque esté sola y a mi lado caminen nenes bien con ganas de portarse muy mal, me gusta. No es un recital como a los que estoy acostumbrada a ir, son bandas caretas todas, pero sigue siendo rock, hay cerveza y tengo guita, qué más puedo pedir. Camino hacia adelante y me pongo a escuchar la banda mientras bebo mi cerveza. La soledad se siente muy bien a veces, me he sentido más sola durmiendo con alguien en mi cama que lo que realmente me siento aquí. Hay música y birra y no un gil intentando que se le pare para acabar rápido y dormirse. Pensar que hace una hora estuve clavándome un tremendo embole en el show de mi primita, quizás eso me hace apreciar con más gusto todo esto que hay a mi alrededor y caigo en que seguro conozco a alguien del público, soy una persona bastante tolerante de las boludeses ajenas y eso me hace que recolecte una cantidad importante de conocidos que me saludarían con alegría de encontrarme ahí.

 En eso aparece Mirtha, la cerveza me empieza a hacer efecto y pienso lo que siempre pensé, que tiene un nombre de vieja, muy de vieja para solo tener 25 años. ¿En qué mierda habrán pensado sus viejos? A ella parece no importarle, lo luce orgullosa. Piensa que le da un no sé qué llamarse cómo el cadáver televisivo que almuerza los domingos. La saludo y le invito un trago, a Mirtha sólo la conozco de recitales y más específicamente de rondas de porro, siempre estaba en donde había un porro. Le pregunté qué hacía y si con quién estaba y me dijo que con un amigo que no ubica muy bien pero que cree que ahora estaría por el pogo. Ella también vino sola pero le da vergüenza decirlo, a mí no. Le dije que estaba sola y que pretendía seguir así. Por su reacción, supe que lo dije de forma poco amable, se debe haber sorprendido porque seguro piensa que soy de esa clase de personas que nunca tiene mal humor. Y en verdad es así, el mal humor es algo que me da mucha paja. Para qué enojarse y enroscarse si podemos estar bien. Al fin y al cabo nadie puede cambiar. Siempre pensé que las personas que se enojan por algo, en realidad están enojadas consigo mismas por no poder cambiar una actitud del otro para que fuera como ellos quisieran. Cuando te rescatas que ni vos ni nadie va cambiar, enojarte te empieza a dar paja. Yo ya no me enojo por nada, me da paja. Y por eso siempre tengo buen humor. Pero esta vez no lo quería compartir con nadie.

Me empezó a aturdir un poco la banda, a la que tampoco conocía tanto así que decidí alejarme de ella y de Mirtha, le dije que me iba a comprar birra y a dar una vuelta. Fui hasta la barra le sonreí a la mina que atendía y le pedí una cerveza. Tiene algo que me encantan las minas que atienden barras, además de bebidas, claro. Si las tratás bien son un encanto. Y a mí me calientan en particular, siempre voy les sonrío y hasta trato de rozarles las manos cuando me pasan la cerveza. Supongo que para el resto de los mortales son solo un cable de conexión entre la birra y la garganta, para mí son un camino delicioso entre esos dos puntos.

Enfilé para las gradas, la otra banda comenzaba a prepararse para salir. Subí los escalones y me senté en el más alto a la par de dos pibes que picaban algo de marihuana para armarse un churrito. Me senté a su lado y al toque me empezaron a charlar, dos palabras, un trago y me pasaron el porro. Años atrás les hubiera dicho que no, no solía fumar porro porqué tenía miedo de dormirme o de que me bajara la presión y me desmayara, pero luego de un par de pruebas muy positivas arranqué mi camino en el mundo cannabico. Primero muy de a poco pero este último año he fumado más porro que en toda mi vida, no es casual que mis dos últimos novios fumaran casi todos los días, lo que me dio confianza para darle dos profundas secas al porrito de los pibes. Ninguno de los dos tenía más de 18 años, uno de ellos, el de gorrita, había trabajado en el mantenimiento del predio y logró hacer pasar fernet y coca y así no gastar en bebida adentro, me quisieron convidar también pero les dije que no. Con los años aprendí que no debo mezclar dos cosas en una noche porque termino vomitando, así que esta vez preferí seguir solo con cerveza. El que estaba más cerca mío intentaba charlarme de lo que sea, me preguntó qué había hecho anoche. Les dije que salí con unas amigas y que la pasé muy bien, que todo aquí estaba muy lindo, y que el porro que me convidaron estaba muy bueno. Era mentira, conozco lo suficiente para saber que estaban fumando porquería, pero decirle a dos pibes de 18 que el porro que fuman es bueno, es como decirle a uno de 40 que coje bien. No coje bien pero le calienta saberlo; el porro no está bueno pero les calienta que una mina que vino sola y que está fumando con ellos les diga que es bueno. En ese instante, como dos perritos en celo, ambos empezaron a disputar por a quién esa noche iba a terminar cogiéndome. Yo ya estaba muy drogada y empecé a divertirme de sólo ver lo que pasaba. El pendejo de gorrita le grita al otro que vaya por hielo, que sabía que si se descuidaba el otro podía sumar puntos conmigo en su ausencia, y como una pelea de niños empiezan a jugar por quién iba en busca del hielo. El más atrevido, el que me invitó a fumar me pregunta si iba a bajar a ver la banda que seguía y me dice que si quería podíamos bajar juntos qué a su amigo no le gustaba. El pendejo de gorrita lo apuraba para que vaya por el hielo. Yo solo me reía. Me parecía hermoso, que ninguno de los dos se imagine que si quiero me los llevo a ambos a dormir a casa y fin de la pelea. Yo me reía. Uno de ellos finalmente baja a buscar el hielo y el otro, el de gorrita, que era más sutil que su amigo se me acerca, me pasa la mano por la cintura y me pregunta si alguna vez hice una seca pasándome el humo de boca a boca. Yo me río y le digo que no, que me parece divertido. Toma el porro con los dos dedos, le hace una seca profunda, la aguanta todo lo que puede y me da un beso. Yo tomo el humo y aguanto lo que más puedo hasta que empiezo de nuevo a reírme. El se aleja un poco y comienza a reírse también. En ese momento llega su amigo con el hielo. Agarra un par los pone en un vaso que ya tenía fernet y lo llena de coca. Mientras sostiene el equilibrio y armaba su fernet me pregunta si estudió alguna cosa. Yo le respondo que soy abogada me levanto y voy escaleras abajo, ya arranca la banda.

Las luces me encandilaban y la banda no podía sonar mejor, tenía una lata de cerveza en mi mano y me movía al ritmo de la música, o por lo menos así lo sentía mi cuerpo. Se me empiezan a ocurrir una serie de ideas que creo que pueden cambiar al mundo, siempre que estoy drogada me pasa lo mismo. Nunca tengo el valor, ni la rapidez para poder registrarlas, pero de verdad creo que son las mejores. En ese instante suena el hit de la banda, salto y bailo a su ritmo, chau ideas, ya no me acuerdo ninguna. Miro de lejos a una chica en corpiño subida a los hombros de un chico, su novio debe ser. Qué lindo será estar drogada y borracha a los hombros de alguien escuchando el tema que más te gusta de la banda que amas, debe parecerse a un orgasmo. La excitación y la marea me empujan hacia adelante y veo más cerca la figura de la chica en los hombros de su novio. Es perfecta, quisiera tocarla, su cintura va al compás de las banderas que flamean a su lado. Un par de pajeros se acercan para poder rozarle el culo, pero a ella nada le incomoda, nada la distrae de su éxtasis. Quisiera poder llegar más adelante, mirarla y sonreírle. Pero hay demasiada gente, y ya comenzó a bajarme la presión, es el porro. Siempre me pasa lo mismo. Necesito algo dulce, un caramelo o un fernet. Algo que me haga volver a sentir calor en el cuerpo. Debo estar pálida seguro, pero estoy bien. La chica baja de los hombros del chico y se funden en un beso. Terminó el tema y ella acaba de tener su orgasmo. Se lo agradece con un beso y retroceden del pogo en dirección a mí. Caigo en que a ella la conozco, es linda y la cara le brilla aunque esté transpirada y despeinada. No descubro quién es hasta que pasa justo frente mío. Es la recientemente recibida de profesora superior de danzas. La miro, le sonrío y le pregunto: ¿odias el flamenco? Con toda mi alma, me responde. Yo también.

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