jueves, 2 de febrero de 2017

Hoy 2 de febrero

Hoy, me quedan un billete de $100 y otro de $50 en el bolsillo, es decir me quedan ciento cincuenta pesos en la billetera y mi próxima posibilidad de tener dinero es a mediados de marzo, cerca de mi cumpleaños, el 26. Muchos de ustedes pensarán que estoy sin trabajo, pero no, no estoy sin trabajo. Desde el año pasado trabajo de lo que me gusta en una oficina del Estado en carácter de empleado contratado, por eso me encuentro a la espera de una serie de firmas y papelería burocrática para poder contar con los honorarios que me palmean el hombro cada mes por la tarea que con mucho compromiso desempeño aquí.

Me angustian muchas cosas cada vez que veo mis últimos 150 pesos, tantas qué decidí compartirlas con alguien, no sé quién, cómo se siente una persona en esta situación.

Me angustia saber que para el mes que arranca tengo la cuota de las tarjetas, el crédito de la heladera, el lavarropas, el monotributo, la cuota de la contadora, el adicional de la obra social, los servicios de la casa en la que vivo con dos personas más, vencidos. Todo está sin pagar desde el mes de enero y sin ninguna posibilidad de poder pagarlos a tiempo durante los próximos dos meses.  Me angustia, al punto de tragar saliva de esa que incomoda, el no poder responder a los compromisos sociales (cumpleaños, nacimientos, despedidas, reuniones, etc. -les juro que los tuve todos-), me da bronca inventar historias para disimular las ganas de ver a mi amigos porque no tengo la plata para poder compartir una cerveza. Por primera vez en 27 años no sé qué excusa poner para no ir y que no sientan que no me importan aunque yo tengo más ganas de verlos que lo que genuinamente tienen muchos de ellos de verme a mí.

Me angustia que se atrevan a señalarme con recelo por haberme ido de vacaciones y gastado plata de más, cuando quienes me acompañaron en el viaje bien podrían dar cuenta de cuán ajustado fue mi presupuesto. Volví victoriosa diciendo que me fui a Uruguay y gasté la cifra exacta de 6.500 pesos argentinos y que a pesar de eso me hice lugar para traer uno que otro recuerdo a las personas que más me importan. Sin embargo tuve que lamentar el comentario de más de uno de “pobre no le alcanzó para más”. Lo sé es culpa mía, no debería haber traído nada.

Me angustia pensar en el nuevo horario de trabajo, ya no de verano, que implica que muchas veces deba almorzar en la oficina. Todos están preocupados porque el horario no les coincida con otra actividad, otros trabajos, o que hacer familiares, a mí solo me angustia demasiado pensar qué excusa voy a poner para evitar el tener que almorzar en la oficina, rogar que ninguna tarea se extienda más de la cuenta hasta la hora del almuerzo, porque no voy a tener el dinero para pagar la comida.

Me angustia visitar a mi abuela o a mis padres y tener que charlar sobre cosas que no existen para no contarles lo duro que vienen siendo estos últimos días y cuando de vez en cuando un comentario reprimido se libera frente a mi madre deber negarme con firmeza a sus insistentes ofrecimientos de dinero diciéndole qué se quede tranquila, que voy a estar bien, qué siempre he podido. Me angustia más saber que en breve no voy a tener más opciones que aceptar que seré yo quien se lo deba pedir prestado por que estoy hasta el cuello y no sé si de verdad esta vez voy a poder.  No sé  si voy a poder esta vez pagar el monotributo que me habilita todos los meses a facturar mi trabajo diario y a cobrar en el inmensamente lejano marzo, aunque los más pesimistas lo nombran abril.

Me angustia convencerme de qué definitivamente esta vez no viajaré a Olavarría a ver otro recital del Indio Solari, cortaré esa racha ininterrumpida de misas ricoteras de las que tanto disfruto. Tampoco podré disfrutar de la organización anticipada de los festejos de mi cumpleaños, deberé esperar con cautela y parsimonia cual es mi “situación económica” en marzo, quizás estoy tapada de deudas y no puedo planear ni un té con amigas.

Me angustia que cada vez que hago el intento de charlar sobre mi alicaída situación económica con alguno de mis amigos la respuesta es inmediatamente sanadora. Me ofrecen guita, me invitan a salir diciendo que ellos invitan y ante mi resistencia me dicen que me quede tranquila, que la próxima me va a tocar invitar a mí o bien se sorprenden que alguien como yo que siempre demuestra tener todo bajo control tenga hoy todo tan fuera de control. Yo también estoy sorprendida, qué decir.

Me angustia haberme encontrado pensando posibilidades increíbles para conseguir algo de dinero, solo algunas las voy a compartir. El otro día revisando la agenda 2016 recordé que había dejado en forma de depósito, un par de meses atrás, $200 pesos como reserva de un turno para el dentista. Para recuperarlos solo debía decidir a hacerme el arreglo y rogar que la devolución de la seña aún tuviera vigencia. Por suerte la tuvo y apenas tuve ese dinero en mi poder le compré algo de comida para el perro. Al fin y al cabo con techo y comida para nosotros dos el mundo se puede hundir si quiere. Decirlo es más fácil que hacerlo.

Me angustia y me estresa pensar en la posibilidad de vender algunas cosas. Nunca fui buena para eso, tampoco acumulando bienes, de hecho hace poco me robaron la bicicleta que atesoraba como mi máximo objeto de valor y que me permitía bastante libertad de circulación, por ejemplo la posibilidad de volver tarde a casa sin pagar un taxi o entrar caminando al “peligroso” barrio en el que vivo.  

Hoy un amigo me dijo que le resultaba extraño que con lo organizada que soy con mi vida no hubiera previsto tremendo sesgo económico, y la verdad que no supe que decirle, yo estoy más sorprendida de pensar que nadie más a mi alrededor está en una situación similar.  Tal es así que apenas me sentí ahogada mi primera reacción fue intentar conseguir cualquier tipo de trabajo, mandé curriculums a algunos diarios, repartí en bares y hasta me rebajé a escribirle a quién antes fue mi jefe por si no le interesaba que cubriera unas horas por las vacaciones. Me parecía injusto estar acudiendo al laburo al que renuncié por mala paga, pero lo hice. Quedó en llamarme pero nunca lo hizo.

En ese momento creo, me vino más angustia, dije -ya está, ya fue, así me tengo que quedar. Solo debo sobrevivir, manteniendo casa, perro y amigos hasta marzo, después viene la vida normal-. Seguir, como siempre postergando el postítulo que siempre quise hacer, el gimnasio que nunca logro pagar, el corte de pelo con el que quisiera verme, las zapatillas que no cambio desde 2013, el tratamiento con el dentista que postergo por la exorbitancia de las cuotas, la primera vez con el psicólogo, la mochila mil veces parchada, etc.

Pero me angustia mucho más que todo esto que me está pasando, que en realidad es solo no tener guita, lo sepa alguien. Me angustia pensar que alguien pueda percibir mi angustia y que en ella vea lo que yo veo, que ya no soy indestructible, que vivir fuera de la casa y del resguardo de tus padres es más difícil de lo que parecía, que la vida social, con amigos, con compañeros de laburo, con parejas es imposible teniendo solo 150 pesos en el bolsillo, que no soy yo frente al mundo, es el mundo frente a mí y más triste aún qué la culpa de clase no me deja ni siquiera sentirme desesperada aunque en realidad esté asustada porque quizás así se sienta alguna categoría de locura. Nunca lo voy a saber.

Me angustia pensar que en realidad no es angustia sino que es presión de sentir que ante una situación como la que hoy -2 de febrero- vivo, debería creerme desbordada pero no. Hay algo, no sé qué, que me mantiene tranquila. Quizás así de insólito se siente al principio algún tipo de libertad. 

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