Hoy, me quedan un billete de $100 y otro de $50 en el
bolsillo, es decir me quedan ciento cincuenta pesos en la billetera y mi
próxima posibilidad de tener dinero es a mediados de marzo, cerca de mi
cumpleaños, el 26. Muchos de ustedes pensarán que estoy sin trabajo, pero no, no
estoy sin trabajo. Desde el año pasado trabajo de lo que me gusta en una
oficina del Estado en carácter de empleado contratado, por eso me encuentro a
la espera de una serie de firmas y papelería burocrática para poder contar con
los honorarios que me palmean el hombro cada mes por la tarea que con mucho
compromiso desempeño aquí.
Me angustian muchas cosas cada vez que veo mis últimos 150
pesos, tantas qué decidí compartirlas con alguien, no sé quién, cómo se siente
una persona en esta situación.
Me angustia saber que para el mes que arranca tengo la cuota
de las tarjetas, el crédito de la heladera, el lavarropas, el monotributo, la
cuota de la contadora, el adicional de la obra social, los servicios de la casa
en la que vivo con dos personas más, vencidos. Todo está sin pagar desde el mes
de enero y sin ninguna posibilidad de poder pagarlos a tiempo durante los
próximos dos meses. Me angustia, al
punto de tragar saliva de esa que incomoda, el no poder responder a los
compromisos sociales (cumpleaños, nacimientos, despedidas, reuniones, etc. -les
juro que los tuve todos-), me da bronca inventar historias para disimular las
ganas de ver a mi amigos porque no tengo la plata para poder compartir una
cerveza. Por primera vez en 27 años no sé qué excusa poner para no ir y que no
sientan que no me importan aunque yo tengo más ganas de verlos que lo que
genuinamente tienen muchos de ellos de verme a mí.
Me angustia que se atrevan a señalarme con recelo por haberme
ido de vacaciones y gastado plata de más, cuando quienes me acompañaron en el
viaje bien podrían dar cuenta de cuán ajustado fue mi presupuesto. Volví
victoriosa diciendo que me fui a Uruguay y gasté la cifra exacta de 6.500 pesos
argentinos y que a pesar de eso me hice lugar para traer uno que otro recuerdo
a las personas que más me importan. Sin embargo tuve que lamentar el comentario
de más de uno de “pobre no le alcanzó para más”. Lo sé es culpa mía, no debería
haber traído nada.
Me angustia pensar en el nuevo horario de trabajo, ya no de
verano, que implica que muchas veces deba almorzar en la oficina. Todos están preocupados
porque el horario no les coincida con otra actividad, otros trabajos, o que
hacer familiares, a mí solo me angustia demasiado pensar qué excusa voy a poner
para evitar el tener que almorzar en la oficina, rogar que ninguna tarea se
extienda más de la cuenta hasta la hora del almuerzo, porque no voy a tener el
dinero para pagar la comida.
Me angustia visitar a mi abuela o a mis padres y tener que
charlar sobre cosas que no existen para no contarles lo duro que vienen siendo
estos últimos días y cuando de vez en cuando un comentario reprimido se libera
frente a mi madre deber negarme con firmeza a sus insistentes ofrecimientos de
dinero diciéndole qué se quede tranquila, que voy a estar bien, qué siempre he
podido. Me angustia más saber que en breve no voy a tener más opciones que
aceptar que seré yo quien se lo deba pedir prestado por que estoy hasta el
cuello y no sé si de verdad esta vez voy a poder. No sé si voy a poder esta vez pagar el monotributo
que me habilita todos los meses a facturar mi trabajo diario y a cobrar en el
inmensamente lejano marzo, aunque los más pesimistas lo nombran abril.
Me angustia convencerme de qué definitivamente esta vez no
viajaré a Olavarría a ver otro recital del Indio Solari, cortaré esa racha
ininterrumpida de misas ricoteras de las que tanto disfruto. Tampoco podré
disfrutar de la organización anticipada de los festejos de mi cumpleaños,
deberé esperar con cautela y parsimonia cual es mi “situación económica” en
marzo, quizás estoy tapada de deudas y no puedo planear ni un té con amigas.
Me angustia que cada vez que hago el intento de charlar
sobre mi alicaída situación económica con alguno de mis amigos la respuesta es
inmediatamente sanadora. Me ofrecen guita, me invitan a salir diciendo que
ellos invitan y ante mi resistencia me dicen que me quede tranquila, que la próxima
me va a tocar invitar a mí o bien se sorprenden que alguien como yo que siempre
demuestra tener todo bajo control tenga hoy todo tan fuera de control. Yo también
estoy sorprendida, qué decir.
Me angustia haberme encontrado pensando posibilidades increíbles
para conseguir algo de dinero, solo algunas las voy a compartir. El otro día
revisando la agenda 2016 recordé que había dejado en forma de depósito, un par
de meses atrás, $200 pesos como reserva de un turno para el dentista. Para recuperarlos
solo debía decidir a hacerme el arreglo y rogar que la devolución de la seña aún
tuviera vigencia. Por suerte la tuvo y apenas tuve ese dinero en mi poder le
compré algo de comida para el perro. Al fin y al cabo con techo y comida para
nosotros dos el mundo se puede hundir si quiere. Decirlo es más fácil que
hacerlo.
Me angustia y me estresa pensar en la posibilidad de vender
algunas cosas. Nunca fui buena para eso, tampoco acumulando bienes, de hecho
hace poco me robaron la bicicleta que atesoraba como mi máximo objeto de valor
y que me permitía bastante libertad de circulación, por ejemplo la posibilidad
de volver tarde a casa sin pagar un taxi o entrar caminando al “peligroso” barrio
en el que vivo.
Hoy un amigo me dijo que le resultaba extraño que con lo
organizada que soy con mi vida no hubiera previsto tremendo sesgo económico, y
la verdad que no supe que decirle, yo estoy más sorprendida de pensar que nadie
más a mi alrededor está en una situación similar. Tal es así que apenas me sentí ahogada mi
primera reacción fue intentar conseguir cualquier tipo de trabajo, mandé
curriculums a algunos diarios, repartí en bares y hasta me rebajé a escribirle
a quién antes fue mi jefe por si no le interesaba que cubriera unas horas por
las vacaciones. Me parecía injusto estar acudiendo al laburo al que renuncié
por mala paga, pero lo hice. Quedó en llamarme pero nunca lo hizo.
En ese momento creo, me vino más angustia, dije -ya está, ya
fue, así me tengo que quedar. Solo debo sobrevivir, manteniendo casa, perro y
amigos hasta marzo, después viene la vida normal-. Seguir, como siempre
postergando el postítulo que siempre quise hacer, el gimnasio que nunca logro
pagar, el corte de pelo con el que quisiera verme, las zapatillas que no cambio
desde 2013, el tratamiento con el dentista que postergo por la exorbitancia de
las cuotas, la primera vez con el psicólogo, la mochila mil veces parchada, etc.
Pero me angustia mucho más que todo esto que me está
pasando, que en realidad es solo no tener guita, lo sepa alguien. Me angustia
pensar que alguien pueda percibir mi angustia y que en ella vea lo que yo veo,
que ya no soy indestructible, que vivir fuera de la casa y del resguardo de tus
padres es más difícil de lo que parecía, que la vida social, con amigos, con
compañeros de laburo, con parejas es imposible teniendo solo 150 pesos en el
bolsillo, que no soy yo frente al mundo, es el mundo frente a mí y más triste
aún qué la culpa de clase no me deja ni siquiera sentirme desesperada aunque en
realidad esté asustada porque quizás así se sienta alguna categoría de locura.
Nunca lo voy a saber.
Me angustia pensar que en realidad no es angustia sino que es
presión de sentir que ante una situación como la que hoy -2 de febrero- vivo, debería
creerme desbordada pero no. Hay algo, no sé qué, que me mantiene tranquila.
Quizás así de insólito se siente al principio algún tipo de libertad.
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