sábado, 13 de junio de 2015

Debí decírtelo antes



Aquella noche era tu primera noche, en las calles caía una fría llovizna. En pleno invierno solo palabras me cubrían de la más tristes de todas las madrugadas. Antes de llegar habías pensado tanto en lo que ibas a decir y en cómo ibas a hacerlo, que al verlo solo pudiste callar. 

Te abrió la puerta y te invitó a subir. Probaste tantas veces esa sonrisa que ya la sentías antinatural. Dijiste tanto lo que tenías que decirle que preferiste callar. 

El tiempo no te ayudó, no lo necesitabas. Nada de lo que sucedía dentro de aquellas cuatro paredes era lo que verdaderamente te importaba. Solo querías decir lo que habías ido a decir y lo que tanto tiempo tardaste en descubrir. Esto se trata de amor.

Lo pensaste en cada paso que diste, le contaste sobre cada cosa que viste, le rogaste que fuera dulce, quizás así te animarías. Lo convenciste de que eras capaz, pero no pudiste decírselo antes, no querías verte hablando otra vez de amor.

Como de milagro, Niestzche se te apareció y te dijo que hay dos afirmaciones sobre el amor. En primer lugar, cuando el enamorado encuentra al otro, allí hay una afirmación inmediata, en su cabeza todo es deslumbramiento, entusiasmo, exaltación, proyección loca de un futuro pleno: “Soy devorado por el deseo, por el impulso de ser feliz. Y digo sí a todo, cegándome”. Sigue un largo túnel: mi primer sí está carcomido de dudas, de miedos, el valor amoroso es incesantemente amenazado de depreciación. Llega el momento de la pasión triste, la ascensión del resentimiento y de la oblación. De ese túnel, sin embargo, puedo salir; puedo superar, sin liquidar; lo que afirmé una primera vez  puedo afirmarlo de nuevo sin repetirlo, puesto que entonces lo que yo afirmo es la afirmación, no su contingencia: AFIRMO EL PRIMER ENCUENTRO EN SU DIFERENCIA, QUIERO TU REGRESO, NO TU REPETICIÓN. 

Te digo: "Recomencemos". 

"Te volviste intratable, ¡recomencemos!"

Pero no sin antes advertir que dentro mío yace un miedo, varios miedos, ojalá no deba admitir que “Debí decírtelo antes”.

viernes, 12 de junio de 2015

#NiUnaMenos el día después ¿Qué cambió?



Como comunicadora lo masivo me pone en alerta y esa fue la sensación que experimente horas antes de partir a la  convocatoria del #NiUnaMenos. Convocatoria que me encontraba en un contexto atípico, en el epicentro de la lucha, o al menos desde donde surgió, en la provincia de Buenos Aires. Una situación que a primera vista la vi como fortuita pero que más tarde descubriría que de azarosa no tenía nada.

Por la mañana arranqué con una maratón radioescucha para informarme en torno a qué giraba la discusión. ¿Quiénes irían?, el rol de los varones, el oportunismo político, ¿Tinelli, posando con el cartel de #NiUnaMenos estaba bien? Los medios hablando de los medios, nada nuevo. Pero eso sí, había incertidumbre y mucha expectativa. En mi cuerpo se agazapaba energía y en mi cabeza varias dudas ¿Qué íbamos a pedir miles de mujeres y hombres? ¿Por qué ahora, qué cambió? 

Cuando se hizo la hora de partir, me puse aún más ansiosa. Desde la parada del colectivo el clima que se respiraba ya era absolutamente distinto al de los días que me habían tenido visitando la “Ciudad de la Furia”. Un grupo de mujeres de varias edades esperaban también el 151, el primer colectivo nos pasó de largo, pero a los dos siguientes los frenamos todas empoderadas. Ese mismo clima que solo había tenido la oportunidad de vivir en algún Encuentro de Mujeres. Ya arriba y muy apretadas (sin dudas la convocatoria sería multitudinaria) todas debatían sobre cosas referidas a la marcha. “No estoy de acuerdo con eso que leí, de dejemos de preguntar qué tan corta es la pollera de Melina, yo no me lo pregunté. Soy yo la que me siento incomoda de salir con una pollera demasiado corta”, dijo una de las pasajeras. Lo primero que supe es que la diversidad de consignas sería el lema de la marcha, cada una iba a pedir que algo se termine, pero resultaba difícil analizar los por qué de esas prácticas. El por qué me siento incomoda al ponerme una pollera demasiado corta, y como había eso logrado naturalizarse en algo tan íntimo como la selección de mi vestimenta. 

Semanas antes de viajar a Buenos Aires, viví una situación que hacía tiempo no me sucedía. Caminaba del supermercado a casa, no más de 7 cuadras me separan, eran algo así como las 11 de la mañana de un viernes. Recuerdo que estaba ultimando detalles para un fin de semana largo en Amaicha del Valle y como no quería desperdiciar un segundo decidí ponerme la ropa con la que planeaba viajar y luego hacer las compras, así de esta manera, volvía, guardaba las compras y partía de viaje. Opté por un bonito vestido violeta de esos que venden en las ferias de diseñadores independientes. Mientras volvía con las compras a casa, de repente un “tipo” de aproximadamente unos 40 años se me cruzó de vereda y me preguntó algo, no recuerdo si la hora o si en qué calle estaba, a estas alturas es un dato menor. Le respondí amablemente y cuando me disponía a seguir mi rumbo me preguntó si yo vivía por la zona. Volví para mirarlo a los ojos, que se yo, quizás lo concia, pero al instante reparé en que no era así. En ese momento algo dentro mío se paralizó, mi cabeza y todo en mi cuerpo comenzó a funcionar más rápido de lo normal. Me asusté. Era una simple pregunta, pero me paralizó. Debe habérseme notado porque mientras caminaba a mi lado este hombre me dijo “No te asustes que no voy a hacerte nada, ¿Cómo te llamas?”. Los ojos se me llenaron de lágrimas, ya no sentía miedo sino bronca, “(¡Mi nombre!),  ¡¿Por qué?!” le grité con fuerza, con las que me quedaban. ¿Cómo cualquier desconocido podía hacerme sentir ese montón de cosas en una fracción de segundos?“¡Qué angustia!”, pensaba. Por suerte se alejó. Nunca supe, ni lo sabré, si quería presumirme, conocerme, intimidarme, o matarme. Lo que sí sé,  es que volví a casa muerta de miedo y repleta de bronca. Y…  adivinen lo que hice, me cambié el vestido; sentí que ese día no era bueno para llevar vestido, ni corto ni largo, me sentía incómoda. Me puse una bermuda, remera y zapatillas, así pasaría mis siguientes días del fin de semana largo, sin querer ponerme un vestido.

Lo llamativo, o lo más llamativo para mí de esta anécdota no es en sí lo que pasó, sino que cuando se los conté a alguna amigas, varias de ellas habían experimentado la misma situación “Para salir con vestido hay que tener actitud, sino no” “Tené cuidado, mirá si te pasa algo”. Yo debía cuidarme, yo debía tener el cuidado de que un imbécil intentara agredirme o seducirme o quien sabe qué fue eso, yo debía tener el cuidado de caminar por las calles… En un triste resumen, yo pensaba que era mi culpa, y la sociedad pensaba que era mi culpa. 

#PorMuchasMas


“Las calles están cortadas, llego hasta aquí no más”, dijo el chofer del colectivo. Así miles de mujeres y unos cuantos hombres bajamos y emprendimos la caminata hasta las calles aledañas al Congreso de la Nación. La multitud era impactante. A medida que nos acercábamos a la plaza se veían grupos en las esquinas cantando y sacándose fotos. Todos querían tener un recuerdo de aquella concentración histórica. Que no surgió de una libre asociación de fuerzas sino que - y esto es importante que quede claro –cientos de organizaciones feministas y de mujeres, organizaciones políticas, estudiantiles, culturales, etc; de todo el país vienen diciendo desde hace un tiempo #BastaDeFemicidios. Y que ahora los medios, la opinión pública, los políticos y la sociedad en general se hayan hecho eco del #NiUnaMenos, es solo consecuencia de un largo camino de lucha.

Como era de esperar en la concentración se vio de todo, no necesito contarlo, seguro los medios y las redes sociales han sido un altavoz de todo ello. Pero lo que sin dudas más me impacto fue el caso puntual: mujeres que habían armado sus carteles, se habían escapado del violento contexto cotidiano y estaban en la plaza diciendo #NiUnaMenos, ellas no querían engrosar la larga listas de mujeres asesinadas por el sistema patriarcal. Querían que quien deba cuidarse de nosotras, las “locas”, sea el abusador, el golpeador, el machista.

Fui a la movilización, como a casi toda movilización que asisto, más como comunicadora, como periodista en estado de alerta, pero me fue inevitable, y brindo porque así lo sea siempre, unirme en esa comunión de pedir justicia, de hacer denuncia y de gritar basta. No necesitamos haber sido golpeadas o abusadas para que los casos de violencia física, verbal, psicológica y en todas sus formas, nos indignen. Todas alguna vez fuimos víctimas y si no avanzamos en la reflexión y no nos involucramos seguiremos asistiendo a una sociedad de hijas, madres, hermanas, abuelas víctimas. Porque de #NiUnaMenos hayan #MuchasMás.

Calzate las Toppers, con el pañuelo en el cuello



Sábado 9 de Mayo era la cita, llegué tarde, con el show empezado. Y es qué no suelo tener el hábito de llegar temprano absolutamente a ningún lado. Se sorprenderían si les detallo a cuantos lugares he llegado fuera de horario en mi vida (entrevistas de trabajo, reuniones con directivos, a trabajos mismos, a exámenes parciales, finales, y a citas de toda clase) tanto así que cuando por alguna inexplicable razón llego temprano a algún lugar, me siento incómoda, al instante comienzo a tomarme de las manos de manera compulsiva y termino apretando tan fuerte que las uñas se me marcan en las palmas. 

Para evitar este cruel mal y para cumplir con el hábito llegué tarde. Apenas crucé la calle San Martin en dirección a las vías, vi a los pibes compartiendo unos tragos en la esquina, como para abaratar costos. No son tiempos en los que una pueda sostener previa, recital, y after sin contar con un gran presupuesto. Ver esto me sacó la primera sonrisa, me generó la misma sensación de tranquilidad que me genera toda clase de multitudes. Cosa extraña, sabrán,  porque de niña le temía en demasía a las multitudes, es decir, los colectivos, los bares, las fiestas infantiles, todo eso me asustaba. Ahora no puedo vivir sin ellas, al menos una vez a la semana disfruto de estar rodeada de un montón de gente: recitales, marchas, encuentros, reuniones. Cuantos más sean, mejor.

Entré campante y el show, repito, ya había empezado. Una legendaria banda salteña era encargada de la apertura, Perro Ciego. No los escuché, no voy a mentir. Pero vi salir del predio a unos pibes con un enorme trapo, de esos que solo tuve la oportunidad de ver en un show del Indio Solari, La Renga o Callejeros (o su compañero mal parido Don Osvaldo) entonces me tranquilice, iba a ser una fiesta y ya había comenzado.
Me senté, saludé a un par de amigos, entrañables amigos de estos últimos tiempos y otros que me dejaron imborrables recuerdos en la juventud y que este encuentro me los traía nuevamente aquí.  Ganas de saltar, de bailar, de cantar y de abrazar, todo eso sentía. 

Pero pará! esto no se trata de mí, se trata de ellos, Daniel “El Cheto” Carabajal ( voz), Martín “Bacha” Arrabal ( guitarra y coros), Mauricio Giansierra (armónica), Atilio Cabral (guitarra y coros) y los hermanos Brandán (en bajo y batería) todos ellos le dan vida a Malas Leguas, una banda de rocanrol, ese clásico de los 60, que como buen clásico sigue vigente. Se formaron allá por el año 2003 rodaron y rodaron pero luego pararon, y ese sábado volvieron y coparon el Robert Nesta, lugar por el hoy pasa el rock tucumano, que si de estilos se trata a dado frutos para todos los gustos. 

Malas Lenguas es uno de ellos, y cómo no serlo, desde el rocanrol han copado los corazones de un fiel público que le “banca los trapos” a donde vayan, y esa noche, estaban ahí, con banderas, remeras y  canticos, haciéndoles el aguante a quienes han sabido ponerle música y alegría a la no siempre feliz vida en las calles y los barrios.

Solo el rocanrol te aguanta

El show arrancó fuerte. Con uno de los más clásicos ¡comenzó a sonar Malas Lenguas! El Cheto revoleaba su cabellera al ritmo de los primeros acordes, cabellera que desaparecería en medio de un intervalo.  Dicen que cortarse el pelo es arrancar de nuevo, y cuando el Cheto volvió  al escenario ya no era el mismo, portaba un look a lo Neymar Junior (look popular entre los cracks europeos). Así el show arrancó de nuevo. 

La noche siguió entre temas clásicos que encendían al público y otras melodías nuevas frente a las cuales la multitud se silenciaba para escuchar y para tirar un par de pasos, ¿por qué no? Si de algo se trata una noche “Stone” es de bailar.

“Tan perfecto que asusta”, diría Fontanet, y sí hasta ese momento todo era tan perfecto que no pudo faltar un desperfecto técnico que incomodó a los músicos, pero no así, en gran medida, a los presentes, qué aprovecharon para refrescarse con un par de promos que el lugar ofrecía. El 2 X $40 fue, sin dudas, lo que más salió. 

El Cheto no dejó que ni el desperfecto técnico en el bajo de Brandan, ni que uno que otro gil “a las piñas” opacaran la noche, desde el escenario, y ya con el pelo corto, arengaba a que esto era una fiesta y que de pasarla bien se trataba. 

Pasadas las 4 de la mañana sonó “La Canción”, y con ese tema la fiesta volvió como si nada hubiera pasado, todos la cantaban y bailaban, todos la sabían. En el medio me cruzaba con amigos que entre abrazos y cantos me convidaban un trago. Y sí que era necesario, la garganta se resecaba de tanto entonar aquella hermosa canción. Abrace a mi compañera y le recordé los viejos tiempos, momento cliché probablemente, pero no me importaba; me salió del corazón.

Cuando los acordes del hit - ¿qué digo hit? - HITAZO, Burguesitas sonaron, todos sabíamos que era el final. Y así fue, era efectivamente el final.  Los trapos ondearon más que nunca y el crisol de generaciones que había en el lugar no se notó, el agite era el mismo.  Y la banda lo supo, se despidió con ganas de quedarse y el público con ganas de más y es que a Malas Lenguas  solo el rocanrol lo aguanta.

Un relato sobre la traición



Ese viernes que te crucé no fue cualquier viernes, yo estaba ahí sin presentir que se me estremecería la piel con un solo susurro tuyo que llegaba hasta mi oído. Nadie más en ese lugar sabía lo que sentíamos, y mucho menos se imaginaban lo que habíamos sentido. 

Desde aquel día he caminado y recorrido calles sonrojantes del recuerdo. Solo eso conservo unas borrosas imágenes de aquel momento en el que presencie mi propia traición. 

Algunos la llaman la peor de las traiciones, yo la llamo la única traición, la propia. La única que he sentido ganas de confesar, la única que he custodiado con celosas y detalladas mentiras. Y es que la vida está llena de locuras pero solo las irrepetibles son las verdaderas locuras. 

Por eso aquella madrugada es una irrepetible locura que me obligaré a recordar cientos de veces para que no vuelva a suceder. 

Me pido perdón por recordarte, te pido perdón por hacerte protagonista de esta sensación tan mia.

El riesgo Paris



Soy de las personas que piensan que escribir conlleva en sí mismo un profundo riesgo, con la verdad de lo que se dice, con la honestidad sobre lo que siente, con las interpretaciones de quienes te leen. Su simpleza lo vuelve sutil, pero es para mí el riego más profundo: el de saber que ya no queda nada más que hacer con aquello que se siente que simplemente escribirlo. Es para algunos el primer empujón, es para mí el último escalón. 

En este cuarto de vida mi relación con el riesgo ha sido intensa y sin embargo ahora pienso que no lo suficiente. Una TREMENDA idea me come la cabeza hace apenas unos días, aunque asegurar que esto sea cierto, sería correr el riesgo de faltar a la verdad, porque la primera vez que esa idea se sembró en mi cabeza tenía apenas 16 años. 

No he perdido aún, y espero no perderla nunca, la capacidad de entusiasmarme eternamente con una inalcanzable idea, con un lejano sueño. Surgen de los momentos más cotidianos de mi vida: mientras comparto una charla con alguien, mientras almuerzo sola frente al televisor, mientras acaricio a mi perro. Ideas con cuerpos perfectos me invaden. Pero me temo que esta sea demasiado perfecta y también terriblemente inalcanzable. Sin embargo me seduce eso: el riesgo, lo tremendamente desvariado del plan.

Nada me detiene y todo me empuja, ahora pienso que todo se dirige hacia allí. Cada instante de estos últimos años han sido un impulso más hacia allí. No soy capaz de sentir nada más que eso, no puedo ver el dolor, ni la calma, solo puedo ver eso: una acabada y perfecta idea dando vueltas en mi cabeza. Cuanto quisiera poder sostenerla un año entero y que no sea producto de un simple espasmo primaveral. No la conozco, pero ya la amo.

Hasta entonces voy a estar pensando en vos, cada minuto, te pensaré más y más linda, vos esperame que allá voy…