Soy de las personas que piensan que escribir conlleva en sí
mismo un profundo riesgo, con la verdad de lo que se dice, con la honestidad
sobre lo que siente, con las interpretaciones de quienes te leen. Su simpleza
lo vuelve sutil, pero es para mí el riego más profundo: el de saber que ya no
queda nada más que hacer con aquello que se siente que simplemente escribirlo.
Es para algunos el primer empujón, es para mí el último escalón.
En este cuarto de vida mi relación con el riesgo ha sido
intensa y sin embargo ahora pienso que no lo suficiente. Una TREMENDA idea me
come la cabeza hace apenas unos días, aunque asegurar que esto sea cierto,
sería correr el riesgo de faltar a la verdad, porque la primera vez que esa
idea se sembró en mi cabeza tenía apenas 16 años.
No he perdido aún, y espero no perderla nunca, la capacidad
de entusiasmarme eternamente con una inalcanzable idea, con un lejano sueño. Surgen
de los momentos más cotidianos de mi vida: mientras comparto una charla con
alguien, mientras almuerzo sola frente al televisor, mientras acaricio a mi
perro. Ideas con cuerpos perfectos me invaden. Pero me temo que esta sea
demasiado perfecta y también terriblemente inalcanzable. Sin embargo me seduce eso:
el riesgo, lo tremendamente desvariado del plan.
Nada me detiene y todo me empuja, ahora pienso que todo se
dirige hacia allí. Cada instante de estos últimos años han sido un impulso más
hacia allí. No soy capaz de sentir nada más que eso, no puedo ver el dolor, ni
la calma, solo puedo ver eso: una acabada y perfecta idea dando vueltas en mi
cabeza. Cuanto quisiera poder sostenerla un año entero y que no sea producto de
un simple espasmo primaveral. No la conozco, pero ya la amo.
Hasta entonces voy a estar pensando en vos, cada minuto, te
pensaré más y más linda, vos esperame que allá voy…
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